Hace décadas, la pareja de artistas Christo Javacheff y Jeanne-Claude de Guillebon comenzaron a envolver edificios públicos o árboles como instalaciones temporales, violentas y felices irrupciones en la normalidad de la ciudad. Su trabajo servía para que los berlineses vieran el solemne palacio del Reichstag desde otra perspectiva, con más conciencia de sus volúmenes y menos de sus oscuros símbolos, o para que los neoyorquinos pasearan por varios tramos de Central Park como si lo hicieran dentro de un extraño sueño crepuscular.
A diferencia del arte urbano tradicional en espacio público, como la esfera de Soto en Caracas, las esculturas de Ramírez Villamizar en Bogotá o las estatuas de Bellini en las fuentes de Roma, el de Christo y Jeanne-Claude era temporal y transformaba, mientras duraba, sitios públicos. Ellos estaban en un punto medio entre el arte que los gobernantes de una ciudad contratan con motivos de ornato o de propaganda desde la Antigüedad, y la incursión en el paisaje cotidiano que representa el graffiti (también muy viejo, pues comenzó, por lo menos, en la Roma de la República).
Pero dentro del graffitti, que es un tema aparte, hay muchas cosas, desde el simple vandalismo, el más común, hasta el arte verdadero, ejercido con un cierto romanticismo del anonimato que han replicado ahora otros curiosos artistas de la ciudad y quienes se acercan a la zona intermedia de gente como Christo y Jeanne-Claude. Lo que hacen no es legal pero tampoco es vandálico, y nadie les paga para que lo hagan porque a veces ni siquiera se sabe quiénes son.
En este mundo hay varias modalidades. Una es la deyarnbombing: grupos como KnittaPlease se organizan para intervenir (espontáneamente o por encargo de una institución) árboles, vehículos o piezas del mobiliario urbano con tejido de muchos colores. Esta tendencia se ha ido extendiendo por varios países. La artista polaca Agata Olek no va por el lado del anonimato sino que incluso invita al público a presenciar cómo forra de tejido algo como el famoso toro de Wall Street. Juliana Santa Cruz Herrera optó por un camino que la llenaría de trabajo en América Latina: tejer cobijas multicolores para los baches de las calles de París. En su obra, como en la de otros creadores de este movimiento en extensión, hay una vena indiscutible de activismo: otro rasgo en común con el ambiente del graffiti, que tan patente es en el grafitero más célebre de la Tierra, el británico Banksy.
En él la intención no es tanto agregar contenido o belleza a la ciudad sino ingenio y sátira, e incluso protesta política, evidentemente; de ingenio y sátira se alimentan (y alimentan a los transeúntes) Obey Giant e Invader. El primero es un personaje difundido en medio mundo desde 1989 por Shepard Fairey , con un mensaje que alude a la sumisión a los grandes poderes de la modernidad. Fairey lo ha pegado en espacios urbanos y se ha ganado unas cuantas horas de detención a manos de las policías de distintos países... mientras trabaja a la vez como un exitoso diseñador gráfico, cuya obra más conocida es el retrato pop art de Barack Obama que el actual presidente de EEUU usó en su campaña.
El colectivo estadounidense Monster Project produce lecturas también humorísticas de espacios deteriorados, al agregarles bocas, garras, dientes; el influyente artista callejero italiano Blu produce animaciones a partir de sus polémicos graffiti; en Brasil, donde hay verdaderos genios de esta forma de arte, Os Gemeos han hecho su propia escuela, que roza el expresionismo abstracto. Hay también un importante movimiento del stencil en Argentina y unos cuantos graffiteros serios en países como Venezuela, Colombia, México, Perú.
Lo cierto es que este arte que tan a menudo incurre en el vandalismo activa una relación más intensa con la ciudad y en no pocas ocasiones mejora el entorno con destellos de indiscutible talento. No todo el arte urbano que merecemos y necesitamos tiene que ser objeto de una licitación o de un concurso.
por Rafael Osío Cabrices
Lo cierto es que este arte que tan a menudo incurre en el vandalismo activa una relación más intensa con la ciudad y en no pocas ocasiones mejora el entorno con destellos de indiscutible talento. No todo el arte urbano que merecemos y necesitamos tiene que ser objeto de una licitación o de un concurso.
Vía: inspirulina