Se ha dicho que Abby Aldrich Rockefeller una de las principales
fundadoras del MOMA, tenía como principal objetivo crear un nuevo museo, con el
fin de evitar tragedias como la sucedida al pionero del postimpresionismo, el
holandés Vicent Van Gogh, quien se quitara la vida a sus 37 años sin vender una
sola de sus hermosas pinturas, sobretodo, que no conto con ese aliento que produce
el reconocimiento, en este caso, de genio.
La idea en esencia de la Sra
Aldrich con este nuevo museo, era la de reducir los tiempos que distancian la
creación de una obra y la aceptación de la misma por parte del público.
Ciertamente, la distancia se han reducido desde aquel lejano 1930, todo gracias
a la atenta eficacia del sistema de promoción y difusión de los museos de arte
contemporáneo o los museos especializados, es por ello, que cada día mas los
jóvenes artistas llegan al gran público, desde luego, con sus aciertos y
desacierto, pero eso si con mucho desparpajo vemos como estos jóvenes ingresan
al mercado del arte, la pregunta esta, si realmente calan en ese gran público. Primeramente,
Debemos entender que el mercado del arte es un gran artificio que ni los mismos
museos pueden controlar, por lo tanto, formar parte del mercado no da
reconocimiento, incluso, formar parte de la colección de un museo otorga
reconocimiento, si tomamos en cuenta que un gran porcentaje de las obras
adquiridas por estos museos de arte contemporáneo son almacenadas y no saldrán
a la sala jamás, algo que inevitablemente las condenan a un obligado olvido.
Por lo anteriormente dicho,
podemos encontrar en el arte urbano cierto triunfo, esto se debe que algunos
artistas urbanos han logrado el reconocimiento positivo de un amplio público de
la sociedad, y esto se debe en primer término, que los artistas urbanos han integrado
su arte sin la necesidad de mediadores en la esfera de lo público, en segundo
término que el mercado del arte ha sabido potenciar ese recurso plástico y
cultural a su favor y en tercer término porque han hecho entender a las
instituciones museísticas, que el arte urbano coloca al arte como un servicio
público más que como un objeto de colección o de regodeo museístico, aunque
estos últimos no se pueden descartar del todo, ya que podemos encontrar
artistas como Jean Michel Basquiat o el mismo Banksy, que luego de mucha calle,
pasaron a formar parte del mercado y del regodeo museístico. También podemos
encontrar a artistas visuales como el francés Daniel Buren que cuando su
propuesta fue rechazada por un salón de arte, en forma de protesta, decidió
exponerla en los alrededores de la galería donde se celebraba este salón,
obteniendo un inesperado reconocimiento que lo ha llevaron a ser uno de los más
grandes artistas conceptuales y urbanos de mundo.
Debemos finalmente concebir, que
los museos al igual que la calle han positivado sus logros, y en su capacidad
de evolución se han flexibilizado, arriesgando y comprometiéndose cada día con
la cultura que genera nuestro devenir, concibiendo a su vez, que el artista no
es su fin último, porque algunos más, algunos menos, ellos forman parte de la
sociedad del espectáculo y el reconocimiento se lo dará esa sociedad primero y
la historia después. Lo que es indudable, como dije anteriormente, es que los
museos efectivamente han reducido distancia, pero aún no han llegado a proponer
a la cultura como servicio público como lo ha hecho la calle, y que esos
artistas promocionados por ellos como valores emergentes, luego de una
exhibición suelen ver como su promesa pasa a descansar en un catálogo como un
simple anecdotario museístico y sus obras son almacenadas tan solo para existir
en un registro museológico, ejemplo de ellos los podemos encontrar por miles,
pero son tan anónimos que no es posible recordarlos sin hacer un supremo
esfuerzo, lo que nos lleva, irremediablemente, a una nueva muerte de Van Gogh.
Por Douglas García R.