La supuesta marca la inventó el director de arte Omar Di Nardo, tras fotografiar en el barrio porteño de Saavedra un insólito coche fúnebre convertido en verdulería.
Los primeros coches fúnebres construidos con ese fin –el de transportar ataúdes en los entierros– aparecieron en los entierros de la Inglaterra del siglo XVI, y eran obviamente tirados por caballos. En los Estados Unidos hay, sin embargo, registro de que ciertos transportes eran usados con ese objetivo ya a fines del siglo XIV.Durante los siglos que siguieron, los constructores de los taxis del último viaje fueron especializándose y profesionalizándose cada vez más. Primero se impuso la necesidad de que todo, absolutamente todo en el coche, fuera del color del luto: negro. Desde los rayos de las ruedas hasta las crines de los caballos. Y los caballos mismos, claro está.Pero eso no fue todo. Los imaginativos constructores no tardaron en dar rienda suelta a su imaginación, y así comenzaron a aparecer los faroles con vidrios negros, los murciélagos y demonios –de riguroso negro– en las esquinas de las cabinas, los tules negros colocados estratégicamente y hasta el vestuario –obviamente negro– para conductores y asistentes de las tristes ceremonias.Cuando, de acuerdo con los registros de la edición de mayo de 1907 de la revista Scientific American, aparecieron en los Estados Unidos los primeros coches fúnebres basados en combustible fósil, las condiciones para su producción continuaron siendo las mismas que para los vehículos de tracción a sangre: ornamentación ostentosa, luto omnipresente, tragedia en cuatro ruedas.Durante varias décadas, en todo el mundo, convivieron los coches fúnebres de caballos y los de motor.Finalmente, terminada la Segunda Guerra Mundial comenzó la definitiva etapa de los vehículos fúnebres motorizados. Y estilizados: poco a poco comenzó a permitirse ir dejando de lado los tocados y la ornamentación, hasta que acabó por adoptarse el estilo limosina para prácticamente todos los coches fúnebres del mundo.Inclusive el color negro dejó de ser obligatorio para las casas fúnebres: así, además del tradicional color blanco para los coches preparados para los entierros de niños, comenzaron a aparecer grises, azules oscuros y otros tonos similares.
DE LA ORNAMENTACIÓN A LAS VERDURAS. Es probable que ninguna de estas consideraciones históricas sobre los coches fúnebres rondaran por la cabeza del director de arte argentino Omar Di Nardo (Young & Rubicam) cuando, recorriendo el barrio de Saavedra, muy cerca de donde se encuentran las autopistas General Paz y Panamericana, se topó con la escena que se ve arriba.–¡Un jardín de paz! –pensó.(Aclaración para los ciudadanos iberoamericanos en cuyas ciudades no existe el nombre: en varias ciudades de la región hay cementerios de nombres parecidos. Jardín de Paz en Buenos Aires y en Panamá; Jardines de Paz en Bogotá.)–Del verdulero de Saavedra, me llamó muchísimo la atención que fuera un coche fúnebre, beige ¡y Mercedes-Benz! –remarca Omar al adjuntar la foto en un envío a Adlatina Lado B.Y completa su reflexión enriqueciendo todavía más su lectura:–El verdulero, cuando termina, se sube al Mercedes y se va… Tal vez entre así en el Mercado Central, o ¿¡salga a pasear el domingo en eso!? –se pregunta. Y cierra:– Y miren la paradoja: el mismo vehículo que llevó a alguien para que esté bajo tierra, también ofrece cosas que vienen de la tierra. ¡Para poder vivir, hay que comer! La tierra recicla todo… Se hace el círculo perfecto, ¿no?
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